El viejo lobo de mar de la familia, mi octogenario padrino, vivió, según él, aventuras en alta mar dignas de cualquier personaje de Melville y surcó rutas comerciales de las que volvía cargado de animales exóticos, relatos animadísimos y valiosísimos tesoros que nos hacían sentir su regreso con la ilusión de la noche de Reyes.

Muchos años antes de todos los viajes de mi padrino, los Magos de Oriente siguieron la estrella polar por un mar de arena, navegaron a través de la ruta del incienso¹ y seguramente su caravana hizo su última escala en la ciudad de Petra², un oasis esculpido en piedra rosa situada en la ruta comercial de las especias. Tras la entrega de los regalos en Belén, en uno de los capiteles de la catedral de San Lázaro encontramos una delicada escultura románica con vocación didáctica que relata el descanso³de estos sabios: El sueño de los Reyes Magos. Su autor, Gislebertus de Autun, captó en piedra el desarrollo temporal de la escena como un storyboard⁴, en la que se ve la estrella y a un ángel que despierta con extrema delicadeza a una de sus majestades para advertirles de que eviten volver por el castillo de Herodes, mientras otro tiene un ojo a medio abrir y el tercero permanece dormido. Los tres están coronados y tapados con una sábana en forma de media luna.

Muy cerca de la casa de mi padrino, hay una pequeña capilla marinera singular en honor a los Santos Reis que merece la pena visitar porque no tiene nada que ver con las caravanas del desierto. El artista gallego Urbano Lugrís⁵ decoró el interior para honrar a Melchor, Gaspar y Baltasar y esculpió en arco de la entrada vieiras, caracolas, anclas y ballenas. Entre los bocetos marinos del pintor para la capilla hay dibujo de una gaviota que me recuerda a la última anécdota de mi padrino, de esta primavera mientras estuvo encerrado en casa, privado sus paseos consiguió domesticar a una gaviota para que todos los mediodías golpease con el pico en su balcón a cambio de regalarle, como buen rey mago, una ración de comida.